Por: Antonio López López

 

Peor que el humor es la ironía.

El humor minimiza el valor de todas nuestras experiencias.

E.M. Cioran

 

En diciembre de 2021 Netflix estrenó una película que para muchos en redes sociales es un fiasco que despolitiza, ya que pone en el centro del argumento un problema bastante serio como la destrucción del planeta y, al mismo tiempo, lo hace con un humor que parece minimizar la crisis a la que nos enfrentamos. La película en sí misma retoma varios temas, no sólo la catástrofe medioambiental, también la propagación de las fake news y las consecuencias que estas tienen para la democracia; aborda el desprecio que tenemos como sociedad a la ciencia y a los científicos, y, para mí, el tema más relevante es la forma en la que nuestra clase política gobierna para el 1%. No quiero hacer demasiados spoilers respecto a la trama o al argumento central de la película, en cambio, me centrarme en una escena en especial, en donde parece quedar claro para quién gobiernan nuestros líderes políticos.

El presente texto busca hacer una crítica a la forma en la que la película desnuda algo que parece que todos sabemos, la democracia es buena sí y sólo sí las clases altas, ese 1% se ve beneficiado de ella, aunque con ello pongan en riesgo la viabilidad del planeta mismo.

No mires arriba

La presidenta Janie Orlean (Meryl Streep) tiene en sus manos la posibilidad de salvar al planeta de la destrucción, para ello pone en marcha un plan que consiste en lanzar misiles al espació para desviar la trayectoria de un meteorito que podría acabar con la vida en la tierra como la conocemos. La estrategia se pone en marcha y justo cuando los misiles son lanzados al espacio, Peter Isherwell (Mark Rylance), CEO de la poderosa compañía de tecnología Bash, le hace un llamado a la presidenta y la lleva fuera de la sala de emergencias donde están concentrados viendo la misión, cuando Janie Orlean se incorpora nuevamente a la sala, las naves también empiezan a regresar a la tierra, dejando en claro que la misión había fracasado.

Después nos enteramos todo era un plan de Isherwell para poner a sus científicos a trabajar para encontrar formas de que ese meteorito llegue a la tierra sin causar el impacto negativo que se esperaba. Ya sabían que los minerales y metales que componían a ese meteorito podían servir para seguir con sus avances tecnológicos, sin embargo, para que las personas aprueben el cambio de planes urden un discurso con el que nadie podría estar en contra: traer ese meteorito a la tierra generaría miles de empleos y podría sacar a millones de personas de la pobreza.

Lo científicos advierte que no es posible realizar esa hazaña y que intentarlo es suicida, sin embargo, el discurso de la presidenta (que claramente es una parodia de Trump y sus teorías de la conspiración), se centra en desestimar la importancia del meteorito y sugiere a sus votantes que “No miren arriba”, para ello, hacen uso de las redes sociales y la facilidad de su lenguaje de comunicación, utilizando el Hast Tag como parte de la campaña política con dos fines claros, lograr la reelección de la republicana Janie Orlean y minimizar la importancia del meteorito. Todo sería de risa de no ser porque es una realidad que vivimos:

Cuando unos sucesos se desencadenan a una velocidad vertiginosa y las emociones se inflaman, se produce una repentina anulación de cualquier perspectiva fidedigna de la realidad. En la era digital, el vacío de un conocimiento firme al instante se colma de rumores, fantasías y conjeturas, algunos de los cuales se retuercen y exageran con celeridad para adaptarse al relato que cada cual prefiera. (Davis, 2019; 13)

Lo que genera la campaña es una disputa en redes sociales entre aquellos que creen que el meteorito es una amenaza real y quienes apuestan por apoyar a la presidenta. En medio, está la posibilidad de una reelección y los acuerdos de una gobernante que elige el beneficio del hombre más rico del mundo sobre la evidencia científica, es decir, elige la reproducción del modelo capitalista por encima de la viabilidad del planeta.

Gobernar para el 1%

Uno de los temas más importantes de la película es que deja ver que los intereses de la clase gobernante no son los intereses de la mayoría, en el momento en el que la presidenta del país más poderoso del mundo decide poner en manos de una corporación de tecnología el futuro del planeta, desnuda su interés en el capital, si salimos de la trama de la película, lo mismo sucede con aquellos presidentes que eligen las ganancias de las mineras, las refresqueras, embotelladoras, maquiladoras, etc.

Ya lo había puesto en la mesa de debate el movimiento Occupy Wall Street, cuando un grupo de jóvenes, a los que posteriormente se les unieron personas de diferentes ocupaciones y edades salieron a las calles de New York a protestar por los beneficios a los que accedían los grandes corporativos. El lema era “Somos el 99%” aludiendo a que sólo el 1% de la población toma las decisiones que conciernen al resto de la población. En “No Mieres arriba”, queda claro que esas decisiones son erróneas y que el futuro de la humanidad está en riesgo.

¿Podemos hablar de democracia cuando se gobierna para los poderosos? La respuesta me parece obvia, no podemos; menos cuando sabemos que lo que está en juego no es un proceso en el cual elegimos la mejor forma de organizar el espacio público, sino la mejor forma de disciplinar a la gente en beneficio de los más ricos del mundo. Hoy asistimos a una “des-democratización” (Laval y Dardot, 2017) sin desaparecer a la democracia de manera formal, lo que llamamos el gobierno del pueblo se reduce a la elección de gobernantes, pero no a la forma en la que esos gobernantes deben tomar decisiones, como bien recuerdan Laval y Dardot:

Demokatria es el nombre de un régimen en el que el poder es ejercido por la masa de los pobres, en oposición a la oligarquía, en la cual el poder está en manos de la minoría de los ricos. <<Hay una oligarquía cuando los que tienen la riqueza son soberanos en la constitución. La democracia, al contrario, es cuando lo son aquellos que no tienen mucha riqueza (aporoi) y son gente modesta>>. (Laval y Dardot, 2017; 20-21)

Los autores destacan que esta definición ha quedado casi olvidada del debate sobre la forma en la que se define la democracia, sin embargo, me parece urgente rescatar esta visión para entender que la democracia no se trata de la reproducción de la riqueza, sino de una forma de gobierno en la cual se busca el beneficio y la defensa de los más pobres.

A manera de conclusión

Más allá de la crítica cinematográfica que hay alrededor de la película, me parece importante reflexionar en la forma en la que la democracia funciona hoy en día y sobre la forma en la que los gobernantes han decidido abandonar su responsabilidad de organizar el espacio público para el beneficio de la mayoría y que sus decisiones ponen en riesgo la viabilidad del planeta. Trump es el síntoma de la enfermedad en la que los políticos primero parecen ponerse del lado de los más desprotegidos para, al final, gobernar para las élites.

Como bien ha señalado Ricardo Raphael, hemos puesto demasiada atención en la desigualdad atendiendo la forma en la que viven los más desprotegidos, y pensar en la forma en la que se reproduce la élite es fundamental para entender y quizás cambiar la desigualdad que tenemos no sólo en el país, sino en el planeta.

Referencias

Davies, William (2019). Estados Nerviosos. Cómo las emociones se han adueñado de la sociedad. México, Sexto piso.

Laval Christian y Pierre Dardot (2017). La pesadilla que nunca acaba. Barcelona, Gedisa.

Raphael Ricardo (2014). Mirreynato. La otra desigualdad. México, Planeta.